Creo
que todos lo hemos dicho alguna vez cuando no nos dejaban hacer
algo nuestros padres.
Y
nos hacemos mayores, y nos olvidamos de nuestra promesa.
Cuando
ya no nos manda casi nadie, nos obligamos nosotros a hacer
cosas que no queremos hacer, sobretodo porque son eso,
“obligaciones”.
Consideramos
casi todo obligaciones, los hijos, la casa, el trabajo, ...y nos
olvidamos de nosotros, de que cuando somos adultos podemos
elegir, no estamos obligados a
hacer nada. Está claro que si quiero comer necesitaré dinero y
trabajar para ganarlo, pero aquí también vamos eligiendo. ¿Tu
trabajo no es el que tu soñabas? Puede ser, pocas elecciones son
perfectas al 100% o malas al 100%.
En
cada elección ganamos y perdemos algo, elegimos la opción que tiene
más a nuestro favor.
Cuando
consideramos que todo o casi todo son obligaciones, cuando no
atendemos a lo que nos apetece, aunque sea por un ratito, nos
olvidamos de vivir como dice la canción:
“De
tanto correr por la vida sin freno,
me
olvidé que la vida se vive un momento.
De
tanto querer ser en todo el primero,
me
olvidé de vivir los detalles pequeños”
“Me
olvide de vivir...”
Y
nos parecen todos los días iguales. Y en lugar de vivir sentimos
que sobrevivimos.
¿Cómo
podemos dejar de sobrevivir y volver a vivir otra vez?
Podemos
empezar por preguntarnos ¿qué me apetece, qué
quiero, qué necesito?
Hay
cosas que necesitamos para obtener otras, aunque no nos apetezca
mucho, pero nadie nos obliga. Cuando me obligo estoy sometiendo mi
voluntad. Entramos en conflicto con nosotros mismos. Y al mismo
tiempo que me someto, me quito las ganas de hacer las cosas. Es así
de sencillo.
Al
quitarme las ganas, me quito la capacidad de vivir plenamente para
pasar a sobrevivir.
Necesito
saber qué quiero además de lo que no
quiero, volver a hacerme amig@ de mi mism@ y tratarme como un@
igual en lugar de mandarme, de decirme continuamente: “Tengo
que...”, “debo …”, “hay que...”
Escucharme,
recuperar la capacidad de saber lo que necesito y atenderme.
Recuperar
la conciencia de mi cuerpo, y empezar a parar esos ratitos que me
ayudan a darme cuenta de que existo, de que tengo sed, hambre o ganas
de estirar las piernas. Detenerme en mi carrera diaria y sentarme 5
minutos al sol y sólo eso, respirar. Irme a comer a un sitio
diferente, quizás sólo un bocadillo pero en la playa.
Andar
un rato cada día y oxigenarme, leer un libro y olvidar por unas
horas lo que ya no puedo hacer hoy, jugar con mi hijo, ...tantas y
tantas cosas que no nos hemos permitido quizás en años, muchas de
ellas pequeñas y que nos permiten vivir con presencia nuestra vida.
Sólo
el momento presente es real.
Marta
Vidal, psicóloga Valencia
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