“No
pude darte la mano, acompañarte y decirte adiós.
No
tuve ocasión de recordar contigo todos esos momentos bonitos que
compartimos.
Hubiera
querido agradecerte tantas cosas...que ahora se convierten en
reproches hacia mí: “Tendría que haber dicho, hecho,...y me
siento culpable, triste y con rabia.”
En
este momento hay muchos hijos que no pueden despedirse de sus padres
porque fallecen en los hospitales o las residencias.
La
situación que vivimos es difícil y se añade la pérdida de un ser
querido.
¿Qué
podemos hacer en esta situación?
Lo
que más ayuda emocionalmente es escribir una carta a la persona que
ha fallecido. Es importante que esté escrita a mano.
Dile
todo lo que te gustaría haberle dicho.
Háblale
de todo lo que te va surgiendo, momentos malos y buenos.
Cuenta
y expresa todo lo que necesites, sintiendo que tu cuerpo se va
aliviando. Sé sincero.
La
herida que sientes en tu interior se empezará a curar.
Desde
el lugar en el que esté en este momento es capaz de aceptar y
entender todo lo que puedas contarle. Incluso lo que en vida te
habría sido imposible decirle.
Puede
que lo primero que sientas sea enfado y rabia porque se ha ido,
sobretodo cuando lo ha hecho antes de tiempo. Me decía un profesor
de religión cuando murió un pariente suyo: “Esa rabia que
sientes cuando se marcha alguien que te ha hecho reír contándote
chistes, que te ha hecho tan feliz”.
Son
muchas veces emociones muy infantiles, tan válidas como las otras.
En
un duelo no sentimos sólo tristeza.
Cuando
son personas mayores las que mueren, se nos hace más fácil pasar el
duelo porque ya hemos empezado a aceptar la separación.
Cuando
son personas jóvenes los que se van es más difícil.
Nos
encontramos de entrada con una sensación de incredulidad, de
irrealidad y negación de lo que ha pasado.
Si
la situación que estamos viviendo con este encierro ya parece
surrealista, es posible que todavía nos lo parezca más.
Luego
llegará la culpa por no haber podido hacer algo más. Y también
hacia los demás, quizás hacia los médicos. Buscamos responsables
como si hubiera una posibilidad de cambiar el final.
Más
tarde, a medida que vamos aceptando la situación, sentimos
impotencia, quizás rabia, y vulnerabilidad ante algo irrevocable
como es la muerte.
¿Cómo
va a continuar mi vida sin esa persona?
En
función de nuestro grado de dependencia emocional puede surgir
miedo.
Y
con el miedo preguntas: “¿Y si...?”, “¿Que hago cuando...?”.
Responde a esas preguntas que te vienen a la cabeza aunque sea con un
“no lo sé”. Son recursos para un futuro.
Lo
peor es que se queden las preguntas en bucle repitiéndose en la
cabeza.
Bajan
las defensas y puedes enfermar. Todavía no es tu momento de morir.
Si huyes del sufrimiento, se cronificará.
Todavía
tienes unos años más en este mundo. Y posiblemente tienes hijos que
todavía te necesitan.
El
periodo de duelo sano es entre 6 meses y dos años.
La
emoción más presente es la tristeza, que expresa el dolor de la
pérdida. Llega al principio más desgarradora, en función con la
cercanía que tenías, y al final de una forma más profunda, en la
que sentimos que hemos tocado fondo.
Y
aunque muchas veces nos parezca que no vamos a poder salir de este
estado, salimos. Atravesamos esa etapa y salimos más crecidos, más
adultos, más seguros, más firmes y coherentes. Notaremos más
confianza en nosotros mismos y en la vida que la que teníamos antes
de que pasara todo esto.
Pero
para ello es necesario que escribamos y escribamos, en forma de
diario, de cartas, de dibujos y sobretodo a mano.
De
esta manera los dos hemisferios cerebrales se unen y colaboramos al
fluir de las emociones.
Las
emociones llegarán, las atendemos, las reconocemos y les ponemos
nombre. Algunas nos resultarán mas difícil aceptarlas, como el
enfado con la persona que muere. Y las dejaremos marchar, sin
agarrarlas, sin retenerlas.
A
veces nos obligamos a sentir tristeza y no nos permitimos el enfado.
No es sano, vamos a somatizar. La emoción ha de llegar y marchar,
pero no por imposición.
No
vale pelearse con ellas, ni rechazarlas ni agarrarlas para darles
vueltas en la cabeza. Cronificamos el duelo, y no se cerraría.
Necesitamos
vivir en ese fluir de las emociones, en el que llegan y pasan.
Necesitamos
permitirnos también reír y recordar los momentos divertidos del
pasado.
Sobretodo
durante un duelo necesitamos vivir en el presente, lo que llega y lo
que se va.
También
es conveniente poder hablar con amigos que sepan acompañar, sin
tratar de consolar, o de sacarte de tu emoción. El camino de salida
es sólo tuyo.
No
es fácil escuchar y acompañar. Es lo que hacemos los psicólogos
cuando pides ayuda para pasar un duelo. Ayudarte a reconocer y poner
nombre a lo que sientes. Aceptar las emociones y soltarlas.
Esta
es la razón por la que he escrito este pequeño articulo y me he
decidido a trabajar en la distancia. No estaba a favor del trabajo
online, pero dada la situación actual es la única forma de poder
hacerlo.
De
los duelos se sale, pero no haciéndose el fuerte, ni superando o
rechazando las emociones.
El
camino del duelo es vivir las emociones que llegan y pasarlas, y de
esta forma ir sanando la herida emocional que sentimos.
Marta
Vidal, psicóloga, Valencia
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