Nacemos
dependientes y necesitamos a alguien para que atienda nuestras
necesidades.
A
los dos años, más o menos, empezamos a probar nuestra capacidad de
atenderlas cuando decimos: “Yo solo”, al ponernos un abrigo o
hacer algo, cuando llevamos la contraria y al no querer que nos
ayuden. Es nuestra primera etapa de independencia. Hay una pequeña
lucha.
Hay
una pequeña lucha con las personas que nos atienden , que es un poco
mayor cuando los padres son muy ayudadores, o es inexistente con los
padres sobreprotectores (el niño se rinde).
De
todas formas, la independencia va a ser siempre un enfrentamiento,
con la dependencia y con aquellos que la sostienen mas allá de lo
necesario para nuestra edad.
En
paralelo, vamos desarrollando una autonomía, la capacidad de
atender nuestras necesidades. La autonomía generalmente no esta
en lucha, es algo interno, es un reconocimiento que nos da la
tranquilidad de saber que, cuando necesitamos algo, lo podemos tener.
Viene del entrenamiento de cuidarnos. Nos da paz.
Y
otra diferencia entre ambos conceptos es que, mientras la persona
autónoma no tiene ningún problema para dejarse ayudar o pedir
ayuda, la persona independiente , como esta en lucha con la
dependencia, tiene muchas dificultades para dejarse ayudar o delegar
en otros.
Ocurre
que cuando somos adultos, en nuestra cultura, muchas veces en las
familias se dan dependencias cruzadas implícitas, (no
habladas): “Yo cuido de ti y tú cuidas de mi”. Suele llevar a
discusiones porque, o “no haces tanto por mi como yo por ti”, o
“pretendo tenerte siempre disponible por si te necesito”, etc. Y
es que se nos acusa de ser “egoístas” cuando atendemos nuestras
propias necesidades.
En
las familias con autonomía, en lugar de eso, hay la capacidad
de compartir. Hay el reconocimiento de lo que es de cada uno, de sus
capacidades y un trabajo en equipo para beneficio simultaneo
de todos.
Y
cuando somos adultos, quizás somos autónomos, pero no nos damos
cuenta y vamos de independientes pensando que eso es ser adultos.
Vivimos en una continua lucha con los demás, con la dependencia, no
acabamos de reconocer nuestras capacidades y luchamos con nosotros
mismos para superarnos. Vivimos en un continuo sobreesfuerzo. Porque:
“¡claro, no somos unos críos dependientes!”
Pero
la persona que se reconoce como autónoma se permite ser dependiente
e independiente cuando lo cree necesario, no necesita luchar y vive
mas relajada.
¿Cómo
podemos pasar de la independencia a la autonomía para obtener mayor
bienestar?
-No
colgándonos de los demás y participando en el reparto de tareas
caseras.
-Reconociendo
los limites entre lo que nos corresponde a nosotros y lo que
corresponde a otros. Encontrando los limites. Esto nos va a ahorrar
muchas discusiones tanto en casa como en el trabajo. También se
llama reparto de responsabilidades.
-Reconociendo
nuestras necesidades y cuidándonos. Siendo lo suficientemente
egoístas para atender nuestras necesidades y no colgarnos forma
habitual de otro.
-Respetando
las capacidades de los demás y reconociendo su autonomía. Es mejor
no tratar de sentirnos útiles o imprescindibles creando personas
dependientes a nuestro alrededor.
-Aprendiendo
a trabajar en equipo valorando el trabajo realizado. Soltar el exceso
de competitividad
Asumiendo
el protagonismo de nuestra vida y eligiendo cómo queremos vivir.
Estamos en una cultura que muchas veces cree que lo mejor es no hacer
nada y que lo hagan los demás, y nos perdemos muchas gratificaciones
de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario