Muchas
veces nos quejamos de falta de autoestima y es porque no valoramos lo
que hacemos.
Os
propongo probar a hacer el siguiente ejercicio:
-Siéntate
de vez en cuando, date cuenta de cómo te sientes y a continuación
haz un repaso de lo que has hecho, mas o menos así:
Hoy,
me he despertado y lo he hecho yo;
me
he levantado y lo he hecho yo;
me
he lavado la cara y lo he hecho yo;
me
he hecho tostadas y lo he hecho yo;
me
las he comido y lo he hecho yo;
…
he
ido al trabajo con el autobús y lo he hecho yo;
…
he
clasificado el trabajo pendiente y lo he hecho yo;
…
he
recogido la casa y lo he hecho yo;
he
barrido y lo he hecho yo;
...y
así, concretando todo lo que queramos o necesitemos.
Y
volved a prestar atención a como os sentís ahora.
Seguro
que ha cambiado.
Puede
que, sin probarlo, te parezca una tontería pero funciona y es por
una razón:
En
el ciclo de satisfacción de necesidades es necesario, después de
llevar a cabo una acción, tomar conciencia de lo hecho, y después
permitirse sentir la satisfacción consecuente. Muchas veces evitamos
esta fase saltando de hacer una cosa a otra, sin permitirnos
reconocer nuestro merito, nuestra participación en ello. A lo mejor
nos decimos como mucho “¡Qué bonito ha quedado!”.
¿Cómo
que ha quedado? ¿Quién lo ha hecho? Lo he hecho yo.
El
poder real está en nuestras capacidades, no en quién tiene más
razón o quien grita más. No consiste sólo en competir a ver quién
tiene más dinero o es más algo. El poder real de uno mismo también
surge de nuestras acciones, de ser coherentes con lo que decimos y
de valorarlas, desde la más pequeñita. Nadie llega a millonario sin
reconocer antes el valor de una moneda.