Nos
gusta sentirnos seguros y tener las ideas claras cuando empezamos una
relación, un trabajo o tomamos una decisión. Es cómodo, pero
aparte de eso...
Conocí
a la chica más segura que he visto nunca. Con 15 años entraba en
una casa por primera vez y se ponía a hacer un bocadillo o a quemar
unas pechugas a la plancha; cogía el diario personal de su amiga, lo
leía y escribía en él su enfado por no nombrarla; con las tijeras
cortaba el pelo a otro amigo o depilaba las cejas sin saber hacerlo.
Y con toda seguridad empezaba una relación de pareja de alto riesgo.
Nunca le decían sus padres que hacía algo mal, le decían que lo
hacía diferente.
Ya
más adultas, he conocido personas que se hacen terapeutas después
de un curso de fin de semana porque se sentían seguras para hacerlo.
Este
tipo de seguridad es muy peligrosa para la persona y los que le
rodean.
La
sensación de seguridad que puede dar una idea o una imagen interna
clara, que nos guste, tiene mucho de ideal, sueño, deseo. Puede
ayudarnos a iniciar un objetivo siempre que estemos en contacto con
la realidad.
La
seguridad real nos la da un aprendizaje, unos conocimientos y una
experiencia. Necesitamos desarrollar la capacidad de ajustar
nuestra actividad a los resultados que obtenemos. Nos da los apoyos
para hacer algo correcto y sentir seguridad en lo que hacemos.
¿Qué
pasa cuando iniciamos una relación o un trabajo nuevo?
Es
natural y necesario sentir inseguridad, aunque nos resulte
desagradable.
La
inseguridad nos conecta con la capacidad de dudar, de cambiar y
graduar lo que estamos haciendo, despierta nuestros sentidos y
nuestra atención.
La
inseguridad cuando afrontamos una experiencia nueva nos protege y nos
ayuda a aprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario